lunes, 21 de noviembre de 2011

Elecciones 20N

En primer término me gustaría dar la enhorabuena a los ganadores de las elecciones, tanto diputados, como congresistas, como al lider del partido popular, Mariano Rajoy, que ha conseguido hacerse con el poder del pais gracias a su insistencia y perseverancia en un sueño, en una ilusión. Hasta aquí las felicitaciones, por todo lo demás estas elecciones solo me dejan desilución, siento que nuestro pais ha quedado en manos de unas personas que no están preparadas para afrontar el futuro incierto que sobrevuela nuestra nación, creo que los ciudadanos han superpuesto su furia a la razón y en la mayoría de los casos esto no es la salida.


Sé de antemano que el socialismo, más especificamente el PSOE, no ha llevado la crisis lo mejor que lo podría haber hecho, pero todos los pasos que han dado han tenido presente a la mayoría de la ciudadanía, sin embargo ahora viene el tiempo en que el pais saldrá de la crisis, porque saldremos ya que la capacidad de nuestra nación está sobradamente demostrada, pero sin todos, habrá muchos que se queden por el camino, ciudadanos y ciudadanas perderan muchos de sus derechos, los menos "afortunados" serán los pagadores de la gran factura y de nuevo la desigualdad entre los que más y los que menos tiene se harán superiores.
Por otro lado dar mi sentida felicitación a Cayo Lara, ha conseguido formar grupo propio y remontar una situación muy complicada para su partido, a Rosa Diez, por dar una nueva perspectiva de cambio y a los partidos nacionalistas vascos, catalanes y canarios que de nuevo han logrado estar presente en la oposiición de nuestro pais.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La anunciacion (Parte I)

Tras la caída de los ángeles ningún otro se atrevió, durante milenios, a descender sobre la Tierra. Los hijos de Dios, usando la sabiduría que los demonios le habían facilitado, se extendieron de Norte a Sur y de Este a Oeste por toda la Tierra, la poblaron y dominaron a todas las bestias de su entorno.
Los ángeles continuando con el mandato de Dios, se dedicaron a observar a los humanos en sus labores diarias, contemplaban sin más su bienaventuranzas y sus desgracias; veían, imperturbables, como desperdiciaban su vida en las guerras, como se afanaban en buscar dioses que ellos mismos creaban, como amaban, como construían… En definitiva, como elegían sus propios designios aunque fuera en una vida finita y terrena y en el fondo, muy dentro de los corazones de los ángeles, estos los envidiaban y anhelaban ser como ellos, dueños de sus actos.
Fue en Nazaret, ciudad de Galilea, donde nació una humana que iba a cambiar la suerte del mundo, su belleza se podía comparar con la de mil amaneceres de primavera, era tan pura como las propias estrellas, tan vigorosa como el propio Sol. Su cabello, negro como el azabache, le caía suelto sobre la espalda en tirabuzones caprichosos que flotaban a cada movimiento que hacía; su sonrisa era eterna, cualquier persona que se acercaba a ella se deleitaba con su mueca, bebían cual fuente, de la energía que desprendía; su cuerpo era simplemente perfecto, ninguna falta se apreciaba en él. Aún con toda esta dicha, en nadie levantaba envidia o celos, ya que ella se entregaba a la bondad, disfrutaba ayudando a los demás y dándoles todo lo que pudiera. Su nombre era María. Cumplía la edad de desposarse, pero ningún hombre se atrevía a ponerse a su nivel, tan bella, tan linda, tan perfecta… Todos se sentían eclipsados por ella. Pero su belleza no pasó desapercibida por él, un ángel del cielo puso su mirada en aquella humana, ya la había observado durante años, quizá desde su propio nacimiento, pero era ahora, en su plena juventud, cuando realmente se sentía atraída por ella. La observaba a cada momento del día y la noche, anhelaba tocarla, abrazarla, yacer junto a ella… pero todo ello estaba prohibido, el mismísimo Dios había vedado cualquier unión entre humanos y ángeles… sin embargo su deseo era tan fuerte, tan tentador… tan irrefrenable.
Aún no había salido el Sol sobre Nazaret y María se encontraba recogiendo agua del pozo para llevarla al poblado. Todos los días realizaba el mismo gesto, siempre recogía agua de más para dársela a Sofía, una anciana que vivía a unos metros de ella que no podía valerse por sí misma. Se notaba que el invierno acababa de entrar y el frío se hacía patente, sobretodo en los dedos que llegaban a congelarse y en los huesos donde se instauraba por semanas.
La chica dejó sus dos cántaras en el suelo, colgó el cubo en el pozo y lo descendió hasta que llegó a tocar el agua, entonces lo ladeó y éste, poco a poco, se llenó de aquel líquido tan valioso, cuando lo hubo colmado, tiró con fuerza de él y comenzó su ascenso. De súbito sintió que algo la observaba, rápidamente la chica soltó el cubo, que cayó con estrépito al agua, se dio la vuelta y no vio nada, miró en rededor con más insistencia y no pudo observar nada que se saliera de lo común. La respiración de la chica estaba muy alterada, el vaho salía con insistencia del pañuelo que tapaba su cara para resguardarse del frío y sus manos se habían empapado de agua, haciendo que se helasen por segundos. María se sintió estúpida por asustarse de aquel modo, se dijo así misma que no había nadie y se tranquilizó. Volvió a subir el cubo que se encontraba al fondo del pozo y con las manos congelados lo cogió con fuerza, lo sacó de la boca del pozo y se dispuso a verterlo sobre su cantara... Justo en ese instante María volvió a percibir aquella sensación, dulce y fresca por momentos, pero extraña y poderosa. La chica tiró el cubo y muerta de miedo gritó con fuerza:


- ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

Desesperada miró a todos lados y no había nadie. Sus manos temblaban tanto por el frío como por el miedo, sin duda sentía que había algo por allí, pero era incapaz de verlo. La chica llenó lo más rápido que pudo su otra cántara y abandonó aquel lugar, dirigiéndose a toda prisa a su casa.
Era poca la distancia que se levantaba entre su casa y el pozo, pero para María fue eterna, sin detenerse si quiera en la casa de Sofía, se dirigió a la suya propia, donde su madre la recibió:
- ¿Hija mía, qué te ocurre? Parece que hubieras visto al mismo diablo.
María no quiso detenerse con su madre ni un segundo, dejó las cántaras en la puerta y se dirigió corriendo a su habitación, se quitó las ropas, que estaban chorreando y se puso unas secas, mientras su madre corría detrás de ella, preguntándole una y otra vez lo que le había pasado.
- Hija, no me asustes más, ¿Qué te han hecho? ¿Te han asaltado?... ¡Háblame por Dios!
La chica consiguió volver en sí y le contó la extraña sensación que había sentido en el pozo, le narró con detenimiento todo lo acontecido, lo que dejó a su madre mucho más tranquila.
- María, tranquilízate. No es nada. A todo el mundo nos ha pasado eso en alguna ocasión. – Dijo, Ana, la madre de María con una voz suave y tranquilizadora. - Yo creo que es Dios que nos observa de vez en cuando para que sepamos que está ahí y que creamos en Él, es su forma de decirnos que pronto llegará nuestro salvador. No tienes por qué preocuparte. Ahora caliéntate en la lumbre y olvídate de tus labores por hoy. Necesitas descansar.

- ¡Pero madre! – Protestó la chica. – Tú estás enferma…

- Calla, hija, y descansa, deja que hoy sea tu anciana madre la que te cuide.

La chica no se vio con fuerza para protestar más, así que dejó que su madre la acunará en sus brazos, como cuando era pequeña, y se quedó dormida a la luz ardiente del fuego.
Al rato María ya se sentía con más fuerzas y totalmente recuperada de su episodio. Se dispuso a levantarse para ir en ayuda de su madre, cuando de nuevo percibió aquella sensación, sintió como un escalofrío la recorría de pies a cabeza, como un ardor llenaba su corazón, notó que se desvanecía, que su cuerpo perdía toda su fuerza y fue en el quicio de la puerta donde lo vio. Allí estaba él, sin duda era un hombre, pero no uno cualquiera, su rostro era perfecto, tenía unos ojos azules penetrantes, su cabello, limpio y peinado, descansaba sobre sus hombros y sobre todo su cuerpo brillaba una luz casi imperceptible que le daba una sensación de divinidad.
- Hola. – Dijo el hombre esgrimiendo una media sonrisa.
El corazón de la chica latía con una fuerza descomunal, no sabía lo que iba a ocurrir, pero extrañamente no tenía miedo, era otro sentimiento diferente a nada que hubiera sentido en su vida, pero de lo único que estaba segura es que no era miedo. Se armó de valor y le habló a aquella figura:
- ¿Quién eres? Mi padre está al llegar y mi madre no tardará en volver. Sería mejor que te marcharas. – Dudó durante un segundo, para continuar hablando. - No tenemos nada que ofrecerte a no ser un poco de pan y vino.
El hombre sonrió ahora con mucha más fuerza y con voz segura le contestó a la mujer:
- Eres increíble. Desde aquí siento la fuerza de tu corazón, noto como tu sangre recorre tu cuerpo, como un calor, que nace en tu vientre, se apodera de tu ser y aún así no pierdes la compostura y me ofreces pan y vino… - Calló por unos instantes y concluyó. – Acepto tu ofrecimiento.


La joven se acercó a aquel misterioso hombre y se encontró con sus ojos, estos parecían de otro mundo; no solo era su color azulado, sino su profundidad, aquella mirada tenía cientos, no, miles de años, en ella se congregaba toda la sabiduría de los tiempos, todo el vigor y poderío de un Rey, en ella se leía la verdad de su esencia. La chica retiró su mirar y se dirigió hacia el pan y el vino sin querer importunar a su invitado. Delicadamente sirvió un poco de vino en una copa de madera y le ofreció un trozo de pan mientras ella se sentaba en sin nada que llevarse a la boca. El hombre la observó en toda su belleza y se dirigió a ella:
- ¿Tú no bebes?

- Mi madre dice que las chicas no deben beber vino, Señor. Somos el principio del pecado y el medio del pecador.
La risa del hombre no tenía fin. María incluso se sintió ofendida, las sagradas escrituras eran claras y precisas en aquel aspecto, las mujeres eran el principio de todo mal y la tentación hecha carne. La chica recordaba el caso de Eva que tanto le impactaba y se dispuso a rebatir aquella carcajada, cuando el extraño hombre, poniéndole su propia copa frente a María y ofreciéndole un poco de pan le dijo:
- ¿Crees de verdad que la mujer es el mal personificado? ¿Eres tú un demonio al que yo debe temer? ¿Acaso tú me vas a mostrar el camino que me lleve al infierno? O por el contrario no son las mujeres el elemento sin el cual no habría vida, las joyas que alegran la casa, las que se preocupan de cuidar a sus familias, las que no duermen cuando sus hijos enferman… No temas a la bebida, si quiera a las mujeres. – Esbozó una leve sonrisa. – Teme a aquel que quiera hacerte mal independientemente de su sexo. No son los hombres menos demoníacos que las mujeres, ni las mujeres menos que los hombres, son sus actos los que nos distinguen entre buenos y malos.

- Pero… Las escrituras son claras. – Reprochó la chica sin mucha convicción.

- Las escrituras… Querida María, las escrituras solo son una parte de la verdad, inconcreta e incompleta. No deberías creerlas al pie de la letra. Hace ya tiempo que Dios no mira a la humanidad, hace tiempo que torció su vista a otro lado y os dejó a vuestra merced, hace tiempo que se ha olvidado si quiera que existís. Para Él sois juguetes que ya no le divierten, sois los libros que uno abandona en la librería sin si quiera leerlos, pero… - Cesó su hablar, clavó su mirada en los pozos negros que eran los ojos de María y concluyó. – que tampoco deja que otros lo lean, impide que algunos enamorados de la lectura disfruten de ellos, castiga a aquellos que creen en la humanidad y esconde a su creación la buena nueva por miedo a que dejen de creer en Él.
María observó con detenimiento a aquel extraño hombre, vio como dos lágrimas perladas recorrían su rostro hasta desaparecer por la comisura de sus labios y sintió un pesar en su corazón que no pudo soportar, rompiendo en lágrimas al mismo tiempo.

martes, 1 de noviembre de 2011

Capítulo I: El Génesis y el castigo de los Ángeles Caídos

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo: y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Dijo pues Dios: Sea hecha la luz. Y la luz quedó hecha. Y vio que la luz era buena: y la dividió la luz en tinieblas. A la luz la llamó día, y a las tinieblas noche: y así de la tarde aquella y de la mañana siguiente, resultó el primer día. Dijo asimismo Dios: Haya un firmamento o una grande extensión en medio de las aguas: que separe unas aguas de otras. E hizo Dios el firmamento. De aquellas que estaban debajo del firmamento. Y quedó hecho así. Y al firmamento llamóle Dios cielo. Con lo que de tarde y de mañana, se cumplió el día segundo. Dijo también Dios: Reúnanse en un lugar las aguas, que están debajo del cielo: y aparezca lo árido o seco. Y así se hizo. Y al elemento árido dióle Dios el nombre de Tierra, y a las aguas reunidas las llamó Mares. Y vio Dios que lo hecho estaba bueno. Dijo asimismo: Produzca la tierra yerba verde, y que dé simiente según su especie, y plantas fructíferas que den fruto conforme a su especie, y contenga en sí misma su simiente sobre la tierra. Y así lo hizo. Con lo que produjo la tierra yerba verde, y que da simiente según su especie, y árboles que dan fruto, de los cuales uno tiene sus propias semillas según la especie suya. Y vio Dios que la cosa era buena. Y de la tarde y mañana resultó el día tercero. Dijo después Dios: Haya lumbreras o cuerpos luminosos en el firmamento del cielo, que distingan el día y la noche, y señalen los tiempos o las estaciones, y los días y los años. A fin de que brillen en el firmamento del cielo, y alumbren la tierra. A fin de que brillen en el firmamento del cielo, y alumbren la tierra. Y fue hecho así. Hizo pues Dios dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor, para que presidiese el día: y la lumbrera menor, para presidir la noche: hizo las estrellas. Y colócalas en el firmamento o la extensión del cielo, para que resplandeciese sobre la Tierra. Y presidieron el día y la noche y separasen la luz de las tinieblas. Y vio Dios que la cosa era buena. Con lo que de tarde y mañana, resultó el día cuarto. Dijo también Dios: Produzcan las aguas reptiles animados que vivan en la tierra, y aves que vuelen sobre la tierra debajo del firmamento del cielo. Crió pues Dios los grandes peces, y todos los animales que viven y se mueven, producidos por las aguas según sus especies, y así mismo todo velátil según su género. Y vio Dios que lo hecho era bueno, Y bendíjolos, diciendo. Creced y multiplicaos, y henchid las aguas del mar, y multiplíquense las aves sobre la tierra. Con lo que la tarde y mañana, resultó el día quinto.


Dijo todavía Dios. Produzcan la tierra los animales vivientes en cada género, animales domésticos, reptiles y bestias silvestres de la tierra según sus especies. Y fue hecho así. Hizo pues Dios las bestias silvestres de la tierra según sus especies, y los animales domésticos, y todo reptil terrestre según su especie. Y vio Dios que lo hecho era bueno. Y por fin dijo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra; y domine a los peces del mar, a las aves del cielo, y a las bestias, y a toda la tierra, y a todo reptil que se mueve. Crió pues Dios al hombre a semejanza suya: y a imagen de Dios lo creó: crióles varón y hembra. Y écholes Dios su bendición y dijo: Creced y multiplicaos, y henchid la tierra, y enseñoreaos de ella y dominad a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven en la tierra. Y añadió Dios: Ved que os he dado todas las yerbas las cuales producen simiente sobre la tierra, para que os sirva de alimento a vosotros. Y a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todos cuantos animales vivientes se mueven sobre la tierra, a fin de que tengan para comer. Y así se hizo. Y vio Dios que todas las cosas que había hecho: y eran de gran manera buenas. Con lo que de la tarde y la mañana, se formó el día sexto.
Quedaron pues acabados los cielos y la tierra, y todo el ornato de ellos. Y completó Dios, al séptimo día, la obra que había hecho: Y en el séptimo día reposó o cesó de todas las obras que había hecho. Y bendijo el día séptimo. (Libro del Génesis; Capítulo primero. La Sagrada Biblia.)
Vio Dios que todo lo que había obrado era bueno y ordenó a los ángeles del cielo y a los arcángeles que los dominaban que cuidasen su obra y la observaran desde el firmamento dejando que su más querida creación, el ser humano, se desarrollase por sí mismo. Y así fue como se hizo, el ser humano se extendió por toda la Tierra, desde su nacimiento en África, conquistó todo el firme de la Tierra, usó los árboles y la yerba verde y cazó los animales del mar y la tierra.
Así pasaron los días, los meses, los años y los siglos. Los ángeles del cielo observaban con curiosidad a los seres de la Tierra, sobre todo a los hombres y las mujeres. Se deleitaban con su arte, con sus relaciones, con sus sentimientos y sus iras, se encantaron de sus pasiones y sus quehaceres, y algunos, los “más humanos” sintieron pena por su sufrimiento y decidieron bajar a la Tierra para ayudarles en su evolución. Penemue les brindó los secretos de la sapiencia, instruyó a la humanidad a escribir con tinta y papel; Gadrel les enseñó el arte de la herrería y el trabajo de los metales preciosos; Kesabel le enseñó al ser humano el disfrute que se puede tener con el cuerpo; Samyaza los instruyó en la capacidad curativa de las plantas silvestres; Barkayal les brindó la lectura del firmamento y la agricultura… Pero fue un ángel de cielo, el que más amaba a los humanos, Yekum, quién después de observar, cuidar y amar a los humanos, se sintió seducido por ellos, descendió a la Tierra y yació con una mujer hasta que esta quedó encinta de su simiente. (Basado en “El libro de Enoc”, libro apócrifo de la Sagrada Biblia)
Fue entonces cuando los arcángeles Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel se enteraron de dicha tropelía. Aquellos ángeles habían roto el pacto divino, les habían enseñado a los humanos los secretos de los ángeles. Ahora aquellas criaturas podían cultivar a su gusto la Tierra, escribir su historia, disfrutar de sus cuerpos, interpretar los astros, predecir el tiempo e incluso, mediante la escritura, pasar a la eternidad. Tal fue el enfado de los arcángeles, que estos fueron en busca de Dios y le expusieron todo lo ocurrido. Dios no tuvo compasión para con los ángeles que le habían revelado los secretos a los humanos y los castigo. La sentencia del Señor de los espíritus fue ejemplar, desterró a los ángeles del cielo, los encerró en una prisión sin caducidad y los arrojó al Tártaro por toda la eternidad, selló su presidio y los maldijo por siempre, llamándolos demonios. Tal fue su ira, que Dios se propuso acabar con aquella aberración, envió a los arcángeles del cielo a matar a todos los hijos/as de ángeles y humanos y envió un gran diluvio sobre la Tierra. Inundó durante cuarenta días y cuarenta noches la Tierra, esperando que nada sobreviviese.


Pero fue un ángel del cielo, Azazel, que enterándose del castigo de Dios, se adelantó a su represión y se le presentó a un humano, diciéndole de este modo:
“Noé, Dios no ha tolerado que los ángeles del cielo os hallamos brindado la oportunidad de prosperar y de que luchéis contra la naturaleza. Nos ha denominado Demonios, ha castigado a todos mis hermanos/as, los ha encerrado en un presidio sin tiempo y los ha mandado, sin dejar que se expliquen, al Tártaro por toda la eternidad. Ahora ha decidido que vosotros, los humanos, tenéis que desaparecer para dar cumplimiento a su sentencia. Aún arriesgando mi futuro, he venido a avisarte de ello. Crea un gran arca, escoge una pareja de cada animal y ave de la Tierra, toma a tu familia y aguanta, durante cuarenta días y cuarenta noches, el diluvio que caerá. Cuando pase este tiempo, la lluvia del cielo cesará y las aguas se retiraran, entonces envía una paloma al cielo, cuando esta vuelva con una rama de olivo, sabrás que el agua se ha retirado y la Tierra firme ha recobrado su lugar. Entonces asiéntate y multiplícate. “
Noé obedeció a Azazel, construyó su arca y escogió a una pareja de cada una de las especies que poblaban la Tierra.
Como predijo Azazel el diluvio cayó durante cuarenta días y cuarenta noches. Tras ello la lluvia cesó y Noé envió su paloma. La primera volvió sin nada al poco tiempo, pero al segundo intento la paloma retornó con una ramita de olivo en su pico. Noé y su familia se sintieron felices por el aviso de Azazel y buscaron la tierra firme para procrear y volver a dominar la Tierra.
Dios observó la suerte de Noé, y sin saber la ayuda de Azazel, permitió que el ser humano volviera a poblar la Tierra y a dominar los animales de la tierra. Pero no hubo remisión para los ángeles caídos, su condena fue escarmiento para todos aquellos ángeles que se atrevieran, en un futuro, a ayudar a los humanos.