miércoles, 22 de junio de 2011

Jesús, hijo del demonio.

Aquí os ofrezco un adelanto de mi nuevo libro, que esperó esté terminado para finales de Julio o principios de Agosto, espero de corazón vuestras aportaciones, un gran abrazo a todos.

El extraño hombre se acercó a Jesús, le puso las manos en las axilas y lo incorporó sin esfuerzo alguno, sacó una pequeña cantimplora y vertió un poco de su agua sobre los quebrados labios del nazareno.

- Bien. – Inició la conversación el misterioso hombre. – Ha llegado el momento. Te lo voy a preguntar por primera vez. ¿Quién es tu padre?
Jesús incrédulo ante la pregunta de aquel hombre respondió como pudo:

- Mi padre es José, el carpintero.

Una enigmática sonrisa se dibujó en el rostro perfecto de aquel misterioso hombre, se acercó aún más a Jesús y le habló al oído.

- No seas estúpido, humano, sé que eres hijo de un ángel, tus ojos te delatan. Lo único que quiero es que me des su nombre, de lo demás ya me ocuparé yo.

– El hombre se sentó en una piedra que sobresalía en el desierto e invitó a Jesús a que hiciera lo propio. – Te voy a contar una historia, Jesús de Nazaret. Hace muchos, pero que muchos milenios, los ángeles descendieron a la Tierra y consumaron con las humanas, tuvieron cientos de hijos que se extendieron por todo el mundo, esta especie era inteligente, como lo eres tú, y sus padres les ofrecieron muchos dones para que se distinguieran de los humanos, la obra culmen del creador. Dios, como lo llamáis ahora, jamás había puesto atención en vuestra ridícula civilización, pero un día poso sus ojos en la Tierra y observó como los hijos de los ángeles ayudaban a los humanos a comprender realidades que para ellos estaban vedadas, la escritura, la lectura, la creación, la agricultura… Dios se enfadó muchísimo y llamó a algunos de sus ángeles más fieles, entre los que me encontraba yo, para que termináramos con aquella ofensa. Como no podía ser de otro modo, arrestamos a cada uno de esos traidores, los enviamos a un presidio sin caducidad y Dios decidió acabar con todos los seres que habitaban la Tierra, ya fueran semiángeles o humanos. No sabemos cómo, pero uno de los descendientes de los ángeles, Noé, se enteró del plan de Dios y construyó un gran arca para salvar la humanidad. Dios sintió misericordia por aquel pobre ser y dejó que se extendiera por la Tierra de nuevo. Pero, querido amigo, dejó a unos guardianes para evitar que ningún ángel cometiera el gran error de engendrar a más “semiángeles”. Desde ese día Dios desapareció y no volvió a hablar más con nadie… - el semblante de aquel hombre se oscureció por momentos, pareciera que una gran pena se hubiera cernido sobre su alma, como pudo continuó hablando - pero aquí estoy yo para continuar con lo que nos encomendó. Evidentemente, y como ya te habrás imaginado, vengo a pedirte que me facilites el nombre de tu verdadero padre.
Jesús volvió a clavar, decidido, la mirada en aquel ángel que tenía en frente y volvió a hablar:

- Mi padre es José, el carpintero.

- ¡Mientes, estúpido! Porque te empeñas en ocultar su nombre, tarde o temprano tendré su identidad, no prolongues esta agonía. Cuanto más tiempo esté en el anonimato, más sufrirá las consecuencias de sus actos.



De súbito el ángel desapareció, Jesús levantó la vista alrededor, donde hasta el infinito se extendía el desierto, sin duda tenía que salir de allí, pero no sabía por dónde comenzar a andar, no tenía ni idea hacia qué lugar dirigir sus pasos, así que se quedó donde estaba y esperó. El tiempo pasó lentamente, cuarenta días con sus cuarenta noches pasó Jesús en ayuno, recibiendo cada mañana, como por arte de magia, un cuenco de agua para saciar su sed. A la mañana del día cuarenta y uno, volvió a aparecer el ángel y le dijo:

- ¿Tienes hambre verdad, Jesús de Nazaret?

Jesús asintió con el cabeza casi desfallecido por el sufrimiento.

- Sabes que tienes el poder de convertir todas estas piedras en panes y comer de ellos todo lo que quieras, cientos de manjares puedes dar vida solo con pensarlo, hazlo, Jesús, no tiene nada de malo, es tu esencia, tú eres superior a cualquier humano.- Concluyó el ángel.

- No solo de pan vive el hombre, querido amigo, hay mucho más en el mundo con lo que saciarse. La sabiduría nutre nuestros corazones y nuestras almas y nos enseña que solo con ella alcanzaremos la libertad que buscamos, a través de ella somos dueños de nuestros actos y nos abrimos la puerta del propio paraíso.

El ángel recogió a Jesús de su presidio y lo llevó a lo más alto del templo de Jerusalén, era sábado y todo el mundo se encontraba orando en él:

- Si de verdad quieres llegar a los corazones de los humanos, porque no te tiras desde aquí y dejas que tu padre te recoja, así todos podrán ver la verdad de tus palabras y te seguirán con más entusiasmo. Tírate y demuestra tu estirpe, Jesús. – Finalizó el ángel.

- No he venido a esta Tierra a convencer a sus ojos, eso es cosa de magos o de hechiceros. Yo he venido a ofrecerle a sus corazones la oportunidad de sentirse protagonistas de su vida, a darles el valor que realmente merecen, a convencerles de que dentro de ellos está el verdadero Dios que se cansan en buscar en los templos.

Compungido y enfadado, el ángel se llevó a Jesús al lugar más alto de la Tierra y le dijo:

- Jesús, tengo el poder de poner todas estas tierras a tu servicio, en ellas podrás hacer y deshacer como quieras, podrás enseñarles a tus súbditos el camino de la sabiduría. Para ello solo tienes que darme el nombre de tu padre.



- El reino al que yo aspiro no tiene Rey ni mandatario, es un reino mucho más vasto de lo que tú puedes ofrecerme, en él cada persona es su propio rey y respeta a su prójimo, lo comprende y lo ayuda. – Jesús miró al ángel y le sonrió, continuando. – Nada de lo que me ofrezcas puede tentarme, querido amigo - añadió con sorna – he venido a este mundo a darle una nueva oportunidad a los seres humano, a hacerles comprender la verdad que les habéis estado ocultando desde hace siglos, a que dejen de temer a la muerte y piensen en la vida…

- No sabes que implicaciones tiene eso. – Gritó a vivo pulmón el ángel. – Tu padre, sea quien sea, tenía que haberte informado mejor sobre esta especie. ¿Crees que te escucharan, Jesús? ¿Piensas realmente que abandonaran su egoísmo? En su inopia te tratarán como a un loco, son felices en su ignorancia.

- Deja que elijan. – Concluyó Jesús cortando de súbito la conversación. – Sólo una cosa más ¿Quién eres?

El ángel miró con lastima a Jesús y le respondió:

- El arcángel Gabriel.